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A VEINTE AÑOS DEL ASESINATO DE JAIME HURTADO


Capítulo Sesenta y Tres

<Después del almuerzo hablamos>

El día 17 de Febrero de 1999, un <Miércoles de Ceniza>,

Joaquín Yoruba logró intervenir casi a la fuerza en el Parlamento. La Presidente, Nina Tacury,

se hacía la desentendida para evitar que Yoruba hable:

<Quiero hablar hoy, no mañana, señorita Presidenta> dijo mordaz.

Ella se vio obligada a darle la palabra. Después de una pieza oratoria fustigante Yoruba terminó su intervención. La última frase la dijo con sorna: <Y se dicen “cristianos”. Ojalá confiesen sus pecados>. La dijo luego de haber desenmascarado al gobierno democristiano de Artaúd cuya bancada votó a favor de los evasores de impuestos: <más de treinta mil empresarios que no pagan impuesto a la renta> dejó en seco al Congreso. La mayoría de los diputados de la burguesía habían enmudecido al escuchar su voz tronante. Joaquín, luego de arreglar su saco oscuro sobre la camisa azul celeste y la corbata azul marina con puntos rojos hizo un gesto moviendo sus hombros vivamente indignado por la liberación de las deudas a los empresarios del agua potable de Guayaquil: <¡Ciento trece millones de dólares se les libera de pagar a la oligarquía! ¡Si fuera la gente de los suburbios yo estaría de acuerdo Presidenta: Pero no: ¡se trata de los ricos de Guayaquil a quienes con este decreto se les libera de pagar una deuda! – Firme, sereno pero indignado, se sentó. Al cabo de un rato se levantó. Tomó el ascensor acompañado de su diputado alterno, Joel Puertas. Subió hasta el Quinto Piso. Al fondo resaltaba un letrero del Bloque Legislativo del MPD y un afiche convocando a la Huelga General: Una gran concentración popular con banderas rojas donde destacaba una tela grande con los colores tomate y azul verdoso. Entró y se dirigió a un ancho y ordenado escritorio. Llamó por teléfono a su mujer y habló con ella como a diario lo hacía. Tras terminar el coloquio familiar se dio media vuelta sobre el sillón giratorio. Miró con alegría a Joel iniciando una charla.

***

Joel Puertas acudió ese día, como siempre, al Congreso. Acompañó a Joaquín durante su intervención. No sabría nunca que era la última. Después de los carnavales la reanudación de las actividades era tediosa en el Congreso. Solo el discurso de Yoruba sacó al Parlamento de su modorra.

  • Hazme un favor Joaquín. Préstame el teléfono.

  • ¿Y a quien vas a llamar? ¿Algún cuerito?

  • ¿Cuerito? ¡No: qué va! Así como tú llamas todos los días a tu mujer yo llamo a mi mamá. ¿Crees que soy un picaflor?

  • ¿Solo de las flores de la revolución! ¡No se me caliente mi comandante Joel. Era una broma. Yo lo conozco. Como decimos en mi tierra: No se me embejuque.

  • ¡Púchales Joaquín: Si que jorobas! ¿Dónde aprendiste a jorobar tanto?

  • En mi tierra linda –dijo sonriendo- ¿Y ahora? ¿Qué hacemos? ¿Vamos a almorzar?

Se dirigieron hacia afuera. Al pasar por la otra oficina se les unió su sobrino Samuel, un moreno alebrestao que se incorporó al chachareo.

  • Oye Joaquín: ¿Te fijaste como nos miraban los llamados “asesores” del partido verde de gobierno?

  • ¿Estaban raros no? Aparte de que siempre tienen caras hoscas.

  • A los oligarcas no les gusta que les saquen los cueros al sol. Me huele que están preparando algo fuerte. Hay que discutir y resolver mejor esto de tu seguridad. Al compañero que le tocaba hoy atender esta tarea tuvo que ir a cumplir urgente otra. Pero yo te acompaño. Tranquilo.

  • Sí, hay que estar vigilantes sobre todo después del cacheo que la policía nos hizo antes de carnaval. Ni a los diputados nos permiten portar armas.

  • El 5 de Febrero te golpearon fuerte. No lo habían hecho antes.

  • No exagere compa. Nada va a pasar. Están ardidos por las broncas y las denuncias que hacemos. Quieren bajarnos. Atemorizarnos. ¡Vamos adelante sin miedo!

  • No tengo miedo Joaquín. Tú lo sabes. Pero también tengo nuestra escuela que exige el deber de prevenir.

Salieron. Tras bajar por ascensor y llegar a la planta baja se encaminaron a la salida del Congreso atravesando las puertas de hierro entrecruzado y a los guardias de la policía legislativa. Estos estaban rígidos.

  • Oigan: ¿No notaron raros a los de la policía?

  • Sí: parecían de cera. Estaban tiesos.

  • Bueno. Esta gente siempre es rara.

***

Joaquín, Joel y Samuel bajaron las gradas que daban al asfaltado del Congreso. Pasaron entre los automóviles de los diputados y asesores. Salieron esquivando la cadena. No había en las calles ningún policía. <Que raro> se dijo Joaquín. Tomaron la acera que llevaba a la Corte Suprema. Era la una y catorce minutos. Tras pasar el puesto de ventas de colas, maní, papas fritas, cigarrillos, del veterano y charlatán vendedor: <mis respetos diputado> atravesaron la calle 6 de Diciembre y tomaron por la acera de la Corte. Casi a la altura de ésta Joaquín bajó a la calle girando a la izquierda. Colocó un pié en el asfalto y se dirigió a la acera del frente. Era la una y dieciocho minutos. En la esquina del edificio de la Corte. Al otro lado de la calle. Sentado al filo de la acera. Los pies en el asfalto: Victorino fingía esperar a un funcionario para realizar un trámite. Joel lo miró. Le saltaron las venas de la frente en un destello natural de vigilancia…pero reflexionó pensando en el pueblo. <estoy exagerando> pensó <es un pobre al que le tocó esperar que vuelva de papear la burocracia>.

***

La cabeza semicaída como dormitando una siesta pasado medio día los ojos de serpiente de Victorino observaban cada movimiento de Joaquín y sus compañeros. No se movió. Esperó hasta que llegaron a la esquina. Era la una y veinte minutos. Joaquín adelante. Samuel a la derecha. Joel del otro lado resguardando a Yoruba. Tomaron la esquina y giraron a la izquierda. Fue cuando “el obispo” hizo un movimiento de cobra. Se erecto y levantó cual cabeza de víbora e impulsó hacia adelante. Sus piernas dieron dos pasos largos. Luego dio otro tranco mientras sacaba y apuntaba con la pistola. Joel entonces percibió con su instinto de combatiente el movimiento mortal y su olor sibilino. Giró el cuello y movió ágil la mano hacia el cinto donde portaba siempre su revólver: ¡Nada! Su sangre subió en oleadas al cerebro. La adrenalina agitó su cuerpo multiplicándolo para enfrentar el peligro. Fue cuando sintió un golpe sobre su brazo derecho. ¡Maldito! ¡Era él! ¡Lo olfatié! La imagen del asesino fueteó su mente. Percibió otro impacto en su cabeza y ésta restallo de sangre. Su cerebro moribundo alcanzó a gravar los últimos sonidos de la muerte.

  • ¡puuumm! ¡puuumm

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